sábado, 14 de enero de 2012

Vicentico "No recuerda donde guardo el arco." Capítulo XX.







Todo había transcurrido en plena paz, nunca el Gnomo se imagino que algún día se sintiera con el deseo de amar a alguien. El haber estado compartiendo algunos días en el sembradio con la cazadora hicieron efecto de cupido en Vicentico. Y sin embargo aun el gnomo no sabía explicar bien tan grande sentimiento.



Su manera tan brusca de demostrarlo no le fue tan grata a la cazadora que muy enojada le pedía a gritos que le soltara.



Por fin ya lejos de los brazos de Vicentico la Cazadora soltó de su ronco pecho un grito que retumbo en los oídos del gnomo exigiendo que se le entregara el arco dorado, pues el trato de alguna manera ya había sido concluido. Entre ajos y cebollas las palabrotas de Diana hicieron mella en él . Diana realmente estaba enojada y lo que seguía de eso, esta vez no hacía gestos de el mal olor del gnomo, los aspavientos eran porque ahora si estaba harta de soportar al Gnomo y todo lo que ello implicaba con las adorables cebollas de este y de estar de alguna manera a disposición de un enano regordete que no le gustaba bañarse ni lavarse los dientes.






Vicentico sintió pánico de ver enfrente de él a Diana transformase en energúmeno, las cebollitas de cambray se marchitaron en su mano y sintió como se le partía su minúsculo corazón por la mitad. Quería correr pero estaba estático de miedo apretaba las manos y le sudaban a chorros.















De los nervios no podía hablar ni una palabra, tenía la mirada perdida como en el vídeo de "Thriller" todo un verdadero zombie.



En su mente quería ser una cebolla y que se lo tragara la tierra, pues nadie le había dicho en toda su olorosa vida que lo repugnante que era no bañarse, lavarse la boca y cortarse las uñas.






Diana le tomaba el tiempo y no sabía porque se había quedado como estatua Vicentico, pero ella ya quería su arco. Se fue a sentar en una banca y desde allí saco una bota de la que le dio un fuerte trago para alivianar el mal sabor de boca que a ella le había quedado.



























Con la mirada perdida y casi jugando a las escondidas, el Gnomo buscaba el arco, no recordaba donde lo había escondido la memoria le fallaba como si un virus hubiera entrado a su disco duro. No podía ni voltear a ver a la Cazadora que contaba cada minuto frente a él.



Vicentico le dijo que no recordaba donde estaba escondido el arco pero quería preguntarle a uno de sus mejores amigos y quizá así le pudieran ayudar a encontrarlo. Diana se opuso rotundamente, esta vez no permitiría ningún abuso de confianza y decidió acompañar al gnomo por cualquier cosa si es que este pretendiera fugarse.



No había nadie más de confianza para el Gnomo que el amigo gruñón, aquel ermitaño que vivía en las montañas era la única esperanza de Vicentico. Y así, poder salir de la bronca que tenía encima.






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